jueves, 10 de febrero de 2011

Eterno retorno


Caen las hojas,
los vestidos vuelan,
el sol apenas entibia.

Vuelven a componerse
los viejos
poemas del otoño.


Diego Reis, del poemario "Lo levemente ajeno".
Foto: Matías Caipillán.

jueves, 3 de febrero de 2011

Postergación de la poesía


pasa que no he podado el parral ese
y hay esos trabajos de la casa
que no pueden esperar
pintar el portón aquél
lavar las tazas de té
de invierno

planear
catalogar los trabajos
que hay que hacer
antes

sin falta reparar los platinos del auto
visitar los museos las bibliotecas las casas
sacar las entradas para esa obra
del absurdo contemporáneo

hay que pensar planear trabajar
observar distraer desesperar
hay que hacer
hacer haciendo

pasa que hay que plantar esos almendros
y pagar las cuentas atrasadas
cortar el césped y darles
de comer a las viudas
y a los huérfanos

los teatros se llenan
las tazas se oxidan
microscópicamente
las hojas
inundan el patio

yo pienso planeo trabajo
observo desespero distraigo
yo hago haciendo
haciendo hacer

y los días pasan, estériles…


Diego Reis, del poemario "En busca de lo efímero", publicado en "Una de poetas", Diario Digital Bariloche 2000, Lunes 20 de Diciembre de 2010.

La continuidad del después


Uno de mis juegos favoritos consistió siempre en esto: en desconocer.

Me despierto a la mañana y juego a que desconozco el cuarto donde estoy, y después, gradualmente, el techo, la alfombra, el pasillo, el baño, mi cara en el espejo.

Lo mismo sucede con mi casa en general, mi patio, mi jardín, mi trabajo. Camino por la ciudad como si yo fuese un recién llegado. Miro a mis hijos (son tres) haciéndome creer que no conozco sus nombres. Hago el amor con mi mujer como si fuese una desconocida. Así, voy enajenándome sin querer (o acaso, con la secreta intención de querer).

Sospecho que llegará un día en el que verdaderamente dejaré de reconocer, de reconocerlos y de reconocerme. Llegado ese punto inevitable, intuyo que comenzaré otro juego, el juego inverso, necesario, a saber: jugar a conocer.

Hacer de cuenta que conoceré esa vida, la vida del hombre cuyo rostro desconocido me devolverá el espejo. Jugaré ese juego hasta el final, supongo.

Hasta que un día perdido entre los días recupere la memoria de mi yo, mi verdadero yo, la memoria original de ese hombre que he dejado de ser hace tiempo, alguno de esos días perdido entre los días.


Diego Reis, de "Las nubes del génesis".

Presentado en el encuentro "Espacio en Fuga" 30º Edición, Noviembre 2010, Villa La Angostura.

Defoliación del domingo


Despacio
bordear la dulce
duermevela

desdormirme

esquivar
las huestes arbitrarias del sol
adivinar arboledas
sin obrar o decir

después vendrán
yo sé
los días de hacer cosas...

desdoblamiento de las clásicas
músicas musas
modestas mías
de lucidez triste y funcional

extenderme manso en exteriores
aún no visitados
y desnudarme en arritmias
porque sí

fugarme suavemente en terceras
o en séptimas mayorizadas
entrar o salir
de cosas sin nombre
hoy

difuminar descoser deshojar

vertedero
de obras y silencios
de quedarme quieto querer
de querer quieto
de quedarme

hoy este día deshacerme
así
en cálidas funciones imaginarias
en este liviano pensar
en devaneos

ya sé
después vendrán
los días de hacer...

Diego Reis, Publicado en "Quemiércoles. 25 años del Centro de Escritores de General Roca" (Fondo Editorial Municipal, 2010) y en Revista "Desde el Andén", N°4, Primavera 2009.

No figuración


Hay un código de luces
que no sabe de sombras.

Hay un atareado rumor
que no conoce el viento
y que sin embargo lo espera.

Hay, a veces, lluvias sabias
y distancias sensibles al recuerdo.

Hay ecos simples,
efímeros, mortales
como los hombres
que saben que aguardan.

Hay
silencios de savia
ahí adentro.

Diego Reis
Del Poemario "Colecciones Locales".
Perteneciente a la muestra colectiva "Foto Texto Grafos, 2".
Casa de la Cultura de General Roca, 4 de Noviembre al 5 de Diciembre de 2010.
Foto: Carmen Consigli

Carrousell, II



Hijos del instinto o de la razón, al final es lo mismo, siempre hijos de la distracción o de la necesidad. Hijos del tiempo y del espacio compartidos, casas y calles embarradas de hijos. Del movimiento tibio de vientres y rodillas, y después un mundo líquido entre las piernas y más arriba y más adentro, nueve meses más adentro...

Hijos de dios, hijos de putas, de nadie, de todos o de cualquiera. Hijos del hombre, del cuerpo y del espíritu, de los cinco sentidos, hijos de las alas y del barro. Calles y casas embarradas de hijos, hijos del pan nuestro de cada día, hijos de lo imprevisto y de la costumbre. Hijos del amor y el desamor cotidianos, hijos del hambre, del dolor, del placer fugaz, de la lujuria, del olvido, de gritos y gemidos, del silencio, de palabras y pensamientos, brutalidad, tristeza y pasión, todo junto ardiendo engendrando hijos.

Hijos de la razón o el instinto al final es siempre lo mismo, siempre génesis y apocalipsis, siempre hijos del viento, hijos de espaldas y de vientres, antes, durante y después, siempre hijos del instante, siempre hijos de los hijos de los hijos...

Diego Reis
Del Poemario "Colecciones Locales".
Perteneciente a la muestra colectiva "Foto Texto Grafos, 2".
Casa de la Cultura de General Roca, 4 de Noviembre al 5 de Diciembre de 2010.
Foto: Esteban Scapellato

Dios, el mamboretá y la mosca


Este es un texto del libro homónimo de Thomas Moro Simpson. Un libro perfecto. Yo diría que este libro, "El idioma de los gatos", de Spencer Holst y "Los adioses", de Juan Carlos Onetti, me enseñaron tanto a escribir como a leer.

Los griegos lo llamaban “El profeta”. Y el entomólogo Fabre, a quien debo esta información erudita, lo llamó “el tigre de los insectos”.
Con tales antecedentes acerca de su condición entre criminal y sagrada, lo encontré un día sobre la mesa de un bar próximo a la Boca. Me senté y estuve a punto de preguntarle, con la voz crédula de los niños: “Mamboretá, ¿dónde está Dios?”.
Esta vieja pregunta subyace en la obstinación de filósofos y teólogos por hallar un orden secreto, o al menos una motivación invisible (que podría ser arbitraria), en el caótico devenir del cómo y del por qué ha dado lugar a discutidas murmuraciones, que pretenden dirimir responsabilidades cósmicas. Según una insinuación del poeta Fernando Lorenzo, “se le ve al hombre el hilo con que Dios lo maneja”. ¿Pero dónde está Dios, mamboretá?
El mamboretá responde a esta pregunta señalando el cielo con las patas delanteras. Algunos sospechan, sin embargo, que su respuesta contiene un elemento de ironía satánica. Sea como fuere, yo no hice la pregunta; la edad me ha vuelto reservado y prudente, y opté por limitarme a observar.
El mamboretá se hallaba inmóvil. Sus cuatro patas traseras, como finas y tensas ramas verdes, sostenían un largo tallo del que surgían dos brazos -o patas- laterales, y en cuyo extremo vigilaba una cabeza impasible. La cabeza me recordó que el mamboretá es un animal; pero su cuerpo verde y ramificado sugería un vegetal en acecho.
De pronto extendió una de sus patas delanteras con el propósito de atrapar una mosca fugitiva, y a partir de entonces reiteró el ataque hasta que sus garfios sujetaron la presa. En esta operación movía solamente su pata izquierda; el resto del cuerpo continuaba inmóvil, lo que añadía a la hibridez biológica del mamboretá un tercer elemento de frialdad mecánica.
Lo ví con mis propios ojos, en la esquina de Montes de Oca y Suárez: el mamboretá, que tenía agarrada a la mosca con los garfios de la pata izquierda, la colocó en seguida sobre la parte interior de la otra pata. Me acerqué y ví que la infortunada mosca yacía sobre una hilera de filosos dientes; la sierra se dobló hacia dentro, y la mosca dejó instantáneamente de pensar. En efecto: la cabeza de la mosca quedó separada del cuerpo en forma definitiva. Entonces el mamboretá comenzó a devorarla lentamente, sosteniendo el manjar con las dos patas. El festín duró largo rato, hasta que la cabeza del díptero fue deglutida íntegramente por el dinámico profeta. Cuando éste acabó su obra unió con devoción las patas delanteras, y en postura de caníbal creyente pidió perdón a Dios por sus horrendos crímenes.
¿Y Dios, mamboretá, dónde está Dios?
Probablemente –me dije-, mientras el mamboretá deglute a la mosca Dios revisa con angustia los mecanismos del universo. Esta hipótesis ha sido confirmada por Darío, quien relata el infortunio de una paloma devorada por un gavilán “infame” (sic), que “con furor se la metió en el buche” (sic). De acuerdo con la versión del poeta, en el instante en que el gavilán consumaba el palomicidio el Autor del Universo tuvo la sospecha de un error inicial:
“Y entonces el buen Dios, allá en su trono,
mientras Satán, por distraer su encono,
aplaudía a aquél pájaro zahareño,
se puso a meditar, arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes
y recorrer sus puntos y sus comas,
que cuando creó palomas
no debió haber creado gavilanes”.
Pero Leibniz ha negado hace mucho que Dios sea capaz de arrepentimiento, como lo sugiere el relato de Darío: según el filósofo alemán, éste es “el mejor de los mundos posibles” (sic), y Dios no pudo haber creado otro mejor, de igual modo que no puede crear un triángulo redondo. Y si creó lo mejor, no puede arrepentirse.
Los argumentos de Leibniz son completos y sospechosos; basta observar que su punto de vista es quizás el del mamboretá, pero nunca el de la mosca. Queda otra alternativa: Dios sabe que éste no es el mejor de los mundos, y es incapaz de arrepentirse. En tal caso, una oscura complicidad uniría el mamboretá con Dios, lo que es suficiente para explicar el elemento de ironía que hallamos en el gesto del profeta, y la reiterada vacuidad de su acto de contrición. ¡No hay salvación para las moscas!
Estas reflexiones algo inconexas habían apartado mis ojos del mamboretá, pero comprobé que éste se hallaba todavía en mi mesa, con las patas unidas en dirección al cielo. Lo miré, vagamente espantado, y renuncié a pedir el apetecido café con leche, sagrado manjar de un porteño en horas de la tarde. Me alejé con el sentimiento de que alguien me observaba, y huí del Gran Mamboretá que nos acecha en cada esquina del fatigado universo.

Thomas Moro Simpson, del libro “Dios, el mamboretá y la mosca”, Editorial Sudamericana, 1999.