miércoles, 2 de febrero de 2011

Biografía de un Quijote



Lo hallamos un sábado, después de un almuerzo en casa de unos amigos. Era una siesta clara, blandísima, y él estaba manso, aburrido, como exhausto, frente a una plaza en el centro. Sin embargo, prefiero suponerlo en un principio aún más remoto, diez o doce años antes de nuestro encuentro, según lo atestiguan sus fechas, durmiendo sobre el mostrador de alguna tienda, distraído, esperando su turno.
Cuántos pares de ojos se habrán posado en él, pienso, habrán sopesado su aspecto (a estas alturas, es sólo su aspecto exterior lo que reclama la atención), cuántos pares de manos lo habrán ajado, hojeado y devuelto (acaso algo desilusionados) a su lugar. Lo cierto es que alguien se apiadó al fin de sus pobres marcas visibles (su lomo de edición barata, sus tapas blandas, sus páginas de letra microscópica) y lo adquirió a un precio irrisorio.
No sé cuántas casas lo habrán hospedado en todos estos años, cuántas bibliotecas, pero puedo adivinarlo a partir de las señales que todavía ostenta. Al menos, puedo distinguir tres tipos de letras distintas en sus páginas, notas más bien sosas, no agregan nada al texto original. Es más, me arriesgaría a afirmar que ninguno de esos tres individuos virtuales superó la primera mitad en su lectura (lectura más bien eferente). Desde ese límite en adelante, predomina un aroma de virginidad en sus páginas.
Ni ella ni yo fuimos muy distintos de nuestros invisibles predecesores, debo confesarlo. A ella, en realidad, el ejemplar del objeto (llámese lámpara, mesa o libro) le resultaba más bien indiferente. Lo excluyente para ella era la posesión de un ejemplar de cada uno de esos objetos arquetípicos o platónicos. Llenar la casa, ni más ni menos.
Para mí, era más o menos lo mismo, sólo que en la dimensión de los libros. Lo había leído (o recordaba haberlo leído) dos veces, a los once y a los veinte años, sin aburrirme ni entretenerme demasiado. Sé que, íntimamente, me satisfizo más el plan general de la obra (me refiero al plan de acción, a lo estrictamente argumental, a la idea original del libro) que su ardua, a veces hasta torpe, ejecución. En suma, lo había leído pero no lo tenía.
No sé cuál de los dos lo vio primero, lo eligió y decidió comprarlo en aquella tienda, en esa mesa de saldos, si ella o yo. Nuestras versiones, aún nuestros recuerdos de aquél día (como tantos recuerdos y versiones nuestras sobre tantas otras circunstancias) difieren demasiado.
El punto en cuestión es que no era suyo ni mío. Era nuestro. Por eso, no me interesa gran cosa quién de los dos lo conserve ahora. A pesar de haberlo hallado hoy en una caja rotulada con mi nombre (mi nombre garabateado con su inconfundible letra) ya no me interesa gran cosa su destino.
Por eso lo estoy quemando.

Diego Reis
Publicado en "Antología Literaria Roquense" (Fondo Editorial Municipal, 2007)
Foto: Lic. Lázaro Rosenmacher

No hay comentarios:

Publicar un comentario