jueves, 3 de febrero de 2011

Historias de Baco, I


El olvido de sí y lo universal

Admitiendo el riesgo de la mera linealidad, hemos de iniciar estas "Historias de Baco" contando sin más ni más la historia de Baco. No es un inicio inocente, sin embargo. En esta historia está de algún modo cifrada una perspectiva de vida y acaso la esencia fundamental del vino.

En principio, Baco es el nombre que los romanos dieron al dios griego Dioniso. Dioniso/Baco es el dios del vino, patrón de la agricultura y del teatro. Dioniso era hijo de Zeus y Sémele. Una noche, en uno de sus encuentros furtivos, Sémele le pidió a Zeus que se le mostrase en todo su esplendor. Este así lo hizo, pero la mujer no pudo soportar esa visión y murió. Así, Dioniso tuvo que cumplir el período de gestación en el muslo de Zeus, su padre. De ahí que se le conozca como el dios "nacido dos veces".

Lejos del Olimpo, Dioniso fue criado en el monte por ninfas, quienes lo iniciaron desde pequeño en el gusto por la poesía, el baile y los juegos. Según la leyenda, fue su maestro y protector, el sátiro Sileno, quien le enseñó el cultivo de la vid y la fabricación del vino.

Ya mayor, Dioniso fue peregrinando por toda Grecia con su séquito (el llamado Tiaso) viviendo toda clase de aventuras. Los sátiros, las ménades, los silenos y el dios Pan conformaban las huestes de Dioniso (o Baco): todos amantes de las fiestas, las orgías y, por supuesto, del vino. La leyenda culmina con el fin de los viajes de Dioniso y su ascenso al Olimpo, ya convertido en dios.

Los romanos homenajeaban anualmente al nuevo dios en las célebres fiestas conocidas como las bacanales, en las cuales se bebía sin medida y hombres y mujeres se entregaban a toda clase de disolución. En el 186 a. C. el Senado prohibió la celebración de bacanales promulgando una ley, tratando de volver el culto a Baco a su entorno sagrado. Algo se consiguió reducir, pero era tan popular que no se pudo extinguir totalmente.

Dice Nietzsche: "Los griegos, que en sus dioses dicen y a la vez callan la doctrina secreta de su visión del mundo, erigieron dos divinidades, Apolo y Dioniso, como doble fuente de su arte" ("La visión dionisíaca del mundo", 1870). Así, contrapuesta a la visión apolínea (la mesurada limitación, la sosegada sabiduría), la visión dionisíaca del mundo descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis. Las fiestas de Dioniso no sólo establecían un pacto entre los hombres, también reconciliaban al ser humano con la naturaleza.

El olvido de sí mismo y la unión con lo universal son los principios fundamentales del arte dionisíaco.

Y acaso no sea desacertado pensar que estos mismos principios, siglo tras siglo, fueron transmitiéndose a la vid, a su fruto y al fruto de su fruto: el vino. Principios que nos gusta pensar hoy presentes en el arte de su hechura y, por supuesto, en el arte de beber.

Salud.

Diego Reis, Publicado en www.fruticulturasur.com.ar, 30 de enero de 2009
Foto: Matías Caipillán

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