martes, 1 de febrero de 2011

Reseña a "El charco eterno", por Alejo Stopansky


Declaro que esta reseña es posible gracias a la licencia que tomo prestada del lector atropellado, a veces supersticioso, a veces profano. Tengo delante de mí "El Charco Eterno", serie de relatos plumeados por Diego Reis y editados por la pujante editorial El Camarote. Nuestro mayor autor decía que los novelistas presentan su recuerdo de la realidad ya revisados y ordenados por la memoria, y que ese proceso nada tiene que ver con los tiempos verbales que se utilicen. En sus textos, Reis parece complacer a esa regla borgesiana porque a sus personajes uno los puede conocer por cómo hablan. También por los hechos que cuentan. Próximos a los de novela, poéticos en su discurrir, casi como si estuvieran recitando dentro de la ficción misma: “Los finales son falaces...”. O cuando otro juzga: “Luego del período de obvias negociaciones...”. O: “Las cosas no esperan”.
Escojo los más felices para mí, aunque no estoy muy seguro de aquilatarlos como los mejores (el académico lector ya sabrá hacerlos competir en su íntima carrera de reyes): la trama del inaugurador “Kyrie” y su menos increíble que inconcebible final; la trama de “Sin Título”, donde arriesgo a exponer que el narrador cuenta en un tono de morosidad desesperante; la vertiginosa trama de “Obras Incompletas”, que nos concita a leerlo en voz alta. Creo que los dos primeros juegan con el misterio de la causalidad, al que solemos reducir a la esperanza del azar.
Hay un personaje cuyo carácter lo siento afín a un héroe imaginado por Herman Melville. Preferiría no hacer deambular al lector por las elefantiásicas páginas de “Moby Dick”; preferiría sugerir la eficacia del amenísimo “Credo”.
“El Charco Eterno” tiene una construcción que condice con el epígrafe que enarbola. La disposición es lineal; la narración es regresiva y sinuosa. Entiendo que al autor le atañen por igual la calidad estética, los experimentos narrativos y el tiempo psicológico del personaje. “Virginia en Once” es íntima, es cándida, es una heroína que yo quisiera encontrar en la parada de Mitre y Maipú o en cualquier estación imaginaria.
Párrafo individual merece “Culpabilidad”, acaso el más logrado de la serie, a lo mejor en él Reis combina muchas -pero no todas- sus virtudes: remite al universo kafkiano. Innegablemente, no hablo de esa angustiosa disposición burocrática de fiscales, abogados, jueces, testigos y guardia cárceles.
Héctor Bianciotti –en una obra de cuyo nombre me he querido olvidar- propone que la mayor aspiración de la literatura consiste en remedar la palabra hablada. Los relatos de Reis son literal testimonio de haber acogido con holgura esa pretención.

Alejo Stopansky

1 comentario:

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