Estas son algunas fotos de la presentación de "El Charco Eterno" en la feria del libro de Villa La Angostura. De yapa, las palabras con las que el libro fue presentado, esta vez por mí mismo.
Palabras Para Presentación
Presentar un libro es siempre una especie de arrogancia, dijo una amiga mía, en la precedente presentación de este mismo libro, en General Roca. De engreimiento al menos, digo yo. Alguien presenta algo que se supone el o los otros desconocen por completo.
Acerca de este libro ese desconocimiento es, supongo, absolutamente literal, pero sin embargo no deja de ser una circunstancia que el tiempo puede remediar.
Por lo tanto, intentaré hablar sobre lo invisible de este libro, sobre lo ilegible: los avatares y vaivenes de su composición y de su dudosa terminación. Y digo dudosa porque, personalmente, no creo que una obra se termine, que ninguna obra se termine. Ni por el autor ni por el lector. Creo que toda escritura es una obra en tránsito. Nadie, ni autor ni lector, termina la obra. ¿Quién hace la última lectura, quién da la interpretación final, definitiva, de una obra?
De “El Charco Eterno”, por lo pronto, puedo decir que no son “cuentos” en el sentido tradicional, canónico, del género. Por esta razón: se entiende por “cuento” una narración que, a grandes rasgos, tiene un argumento y unos personajes y que es susceptible de una didáctica escisión en principio, nudo y final. Pero ese concepto implica una disciplina, ciertas pautas de trabajo y una dirección predeterminada, un ir deliberadamente hacia algo, que yo no poseo en absoluto.
Para mí, escribir no es ir de un algo hacia otro algo pasando a través de un punto intermedio. No es ir de A a B, y de B a C. Diría que para mí escribir no es escribir “hacia” algo sino “alrededor” de algo. Uno tiene cierta idea del argumento, tiene los personajes, el lugar, el tiempo, cierto registro del narrador y con eso empieza a darle vueltas a ese algo. A veces de cerca, a veces de más lejos. Así, puede rozarlo, envolverlo, abrazarlo. Y también asfixiarlo, supongo, por qué no.
Quiero dejar sentado entonces, que los textos de “El Charco Eterno” no son cuentos. Son, a lo sumo, relatos. Son, estoy seguro, síntomas de mi necesidad de decir, de envolver, de darle vueltas a eso que es imposible (y hasta inútil) de decir directamente, de señalar.
Quienes lo lean, advertirán que hay tramas que se repiten, que casi siempre se habla de situaciones en las cuales (de una u otra forma) alguien está encerrado: una casa, un colectivo, una familia, una cárcel, un apodo. Son muchas las formas del encierro.
Lo cual me lleva directamente al título de la obra y lo que yo supongo como el arquetipo de la inmovilidad: el charco. Un charco es algo que nace y que está ahí, quieto, no puede moverse por sí mismo, no puede crecer ni decrecer por voluntad propia. Es el paradigma de la inmovilidad en el espacio. Y esa inmovilidad trasladada al tiempo sería la eternidad, claro. De ahí entonces, el charco eterno: el encierro absoluto en esas dos dimensiones.
Para finalizar, quisiera agregar algo más a este concepto del narrar, de envolver. Imaginemos al escritor, al autor de una obra como un escultor con un bloque de mármol. El escultor ya conoce, percibe de antemano los límites materiales de los que dispone, el tamaño total. Trabaja con una masa. Empieza a darle forma, pule los bordes, trabaja las imperfecciones. Pero en algún momento debe detenerse, porque la masa con la que trabaja es finita. Entonces, si el escritor no se detiene a tiempo, si quiere decir absolutamente todo, destruiría el bloque, la misma masa con la que trabaja.
Así, la novela, el cuento, el poema que lo dice todo se autodestruye.
De ahí, entonces, la sensación que recorre “El charco eterno”, la idea de que no necesariamente es bueno decir todo, la secreta intuición de que a veces es mejor rozar, envolver, abrazar.
Gracias por venir.
Diego Reis, Jueves 16 de Septiembre de 2010
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